Si entra en el ciclo de las acciones útiles, como medio y no como fin, el animal es reducido a cosa. Pero esta reducción es la negación de lo que es a pesar de todo: el animal sólo es una cosa en la medida en que el hombre tiene el poder de negarlo. Si ya no tuviéramos este poder, si hubiéramos perdido la capacidad de actuar como si el animal fuera una cosa (si nos derribara un tigre), el animal ya no sería en sí una cosa: no sería un mero objeto, sino un sujeto que tendría para sí mismo una verdad íntima.
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No hay nada de arbitrario en las restricciones sexuales; todo hombre dispone de una cantidad limitada de energía, y si dedica una parte de ella al trabajo, le falta para la consumación erótica, que se ve disminuida en la misma proporción. Así, la humanidad, en el tiempo humano, anti-animal, del trabajo, es la que nos reduce a cosas y la animalidad es entonces lo que preserva en nosotros el valor para sí mismo de la existenca del sujeto.
Esto merece expresarse en fórmulas precisas.
La «animalidad», o exuberancia sexual, es en nosotros aquello por lo que no podemos ser reducidos a cosas.
La «humanidad», al contrario, en lo que tiene de específico, en el tiempo del trabajo, tiende a transformarnos en cosas, a expensas de la exuberancia sexual.
(Georges Bataille, El erotismo)