Sbarra y la disolución

La vida nos fue hundiendo en pozos diferentes, ninguno de nosotros palpó la serenidad.
Los dos a oscuras; en ciénagas drogas, abismos, o rutinas; pero los dos con vendas en los ojos, con el alma amortajada y con la implacable corrosión que provocan las lagrimas que caen hacia adentro.
Los dos identificados por la misma clave: el fracaso.
El fracaso en el amor, el fracaso en el arte, el fracaso en la sociedad, el fracaso en el intento de vivir sin engaños.
Los dos lastimados por las púas de la indiferencia
de los seres agraciados,
de los inteligentes para el dinero,
de los adaptados,
de los que jamás se cuestionarán algo que de antemano
palpitan que quizás no tenga respuesta,
de los felices cobardes que alimentan con embustes sus tranquilas conciencias.
Los dos viviendo. Es el paradójico desenlace de nuestra tragedia.: seguir con vida cuando se agotaron las esperas.
Los dos sentados en las gradas del circo cuando terminó la función y con ella, naturalmente, también la magia.
Y los dos estamos solos. Flotando como corchos en el océano nos miramos el uno al otro, pero no podemos ayudarnos.

Los dos poseemos lo mismo: promesas incumplidas, ausencias inaguantables, anhelos no concretados y una antigua e inmensa acumulación de soledad.
Y los dos necesitamos exactamente lo contrario. Por eso al cruzarnos en este absurdo derrotero, flotando como corchos, sólo atinamos al sarcasmo, esa terrible arma de doble filo que acaba por herir más profundamente al que la empuña que al que recibe la estocada.
Los dos sangrando por algún costado, la diferencia es despreciable. Y a la larga, la tristeza nos domina con la dañina voracidad de un cáncer a los dos por igual.
Los dos altruistas y capaces de la mayor bajeza al mismo tiempo.
Los dos juntos, pero separados por esa ineludible condición de dolor.
Los dos con nuestra sensibilidad golpeada contra las paredes de la vida cotidiana.
Los dos predestinados al error, a equivocar siempre el camino y a encontrar lo ansiado a destiempo.
Los dos incapaces de construir una torre que nos salve.
Los dos obligados a representar una farsa sin autor.
Los dos, en definitiva, sin saber por qué.

(José Sbarra, "Obsesión de vivir, XIV")
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