Erotismo salvífico

(...) antes de que siguiera hablando, cosa que terminaría por delatar su identidad, yo le respondía que no abriera la boca o hacía shhh, y él se callaba y seguía follando sin decir una palabra, tal era el poder de convicción o de convencimiento o de disuasión que mis gestos habían adoptado.
Un poder casi sobrenatural, llegué a pensar alguna vez (aunque acto seguido me burlaba de estos pensamientos), que obligaba a callar a seres de común charlatanes, como el boloñés, o que convertía en tumbas a seres silenciosos como el libio, un poder que dejaba de golpe sin preguntas a seres carcomidos por la curiosidad, que instauraba un espacio de silencio y oscuridad artificiales donde yo podía llorar y retorcerme de dolor, porque lo que hacía no me gustaba, pero también donde podía correrme todas las veces que quisiera y donde podía caminar (o palpar la superficie de la realidad con la yema de mis dedos) sin hacerme ninguna ilusión, sin engañarme, no conociendo el significado de todo pero sí conociendo el resultado final de todo, sabiendo por qué las cosas están donde están, con un grado de lucidez que ya no he vuelto a poseer aunque a veces la adivino allí, agazapada en mi interior, reducida, desmembrada, por suerte para mí, pero aún en mi interior.

(Roberto Bolaño, Una novelita lumpen) P. 128-129

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