He visto esos lugares desde el ómnibus una vez, cuando fui a la ciudad de Orán a pedir el primer consejo, en aquel tiempo en que tuve los sueños. Pero llegó un día en que no fui a ninguna parte: ni a Orán, ni a Tartagal, ni a Salta, ni tampoco trabajé más en el aserradero. Hice la casa de paja colorada pasando las vías del tren, y esperé el momento que el Señor me anunció. Esperé al que me iban a mandar.
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[cargaba al Paqui, y cuenta]
Había mucho barro. Me caí. Aquel hombre se quejó. También me caí otra vez. También se quejó. Quedé lleno de barro entonces, con semejante mugre. Cuando pasaos por el almacén de Gómez los camioneros dijeron: «Ahí va Vega. Encontró su tesoro». Y a Paqui: «Vas en carroza, carroña».
Di una vuelta grande para no cruzar por el aserradero, llegué a mi casa, dejé a ese Paqui en un rincón, calenté la sopa de pescado, hablé al Señor. No supe con qué palabras, solamente le dije: «Aquí estoy, aquí estoy».
Llovió mucho esas noches, llovió esos días, ya no había ropa seca, nada no había.
El Paqui era un estropeado, un paralizado, un enfermo. Yo no sabía su nombre. Le saqué las ropas y las puse al lado del fuego. Me saqué las ropas y las puse al lado del fuego. Pero el agua entraba por la puerta.
Dijo:
-Algún día podés encontrarte como estoy yo.
Dije:
-Ya estuve sucio, ahora estoy desnudo. ¿Qué más querés?
Dijo:
-Todos ustedes son sucios y desnudos. Te podés quedar duro, y hacerte encima las suciedades; tener hambre y morder el bocado en la tierra. Y tener a las mujeres con el pensamiento. Es lo que te digo. Así podés quedar. Así quiero verte.
«Aquí estoy, aquí estoy.» Di la sopa de pescado a aquel hombre y se quedó dormido en el rincón. Dormido, en aquel rincón.
Dije al Señor: «No dejes que me arrepienta».
(Sara Gallardo, Eisejuaz)