Las horas, las monótonas horas, indiferentes, iguales, iban llegando unas tras otras, y pasaban por el miserable cuartucho, pasaban por el cadáver de doña Francisca, y dejaban descender sobre aquella melancolía, la melanclía del ocaso y la madeja de sombras que ata al sueño y al olvido. Los chquillos, hartos de jugar, se fueron durmiendo. Las mujeres, rezaban quizá. La vieja, acurrucada siempre, era en la penumbra como otro cadáver que tuviera abiertos los ojos.
(Rafael Barrett, Cuentos Breves)
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
0 Voy a ver si te dejo comentar...:
Publicar un comentario