Yo he heredado -yo, el Gaël- sólo los deslumbramientos, ¡ay!, del sublime soldado, y de sus esperanzas. Vivo aquí, en Occidente, en esta vieja ciudad fortificada a la que me encadena la melancolía. Indiferente a las preocupaciones políticas de este siglo y de esta patria, a las fechorías pasajeras de quienes la representan, me detengo cuando los atardeceres del solemne otoño inflaman la nublada cima de los bosques circundantes. Entre resplandores de la aurora camino, solo, bajo las bóvedas de las negras avenidas, como el Abuelo caminaba bajo las criptas del brillante obituario. También, por instinto, evito, no sé por qué, los nefastos claros de luna y los malignos contactos humanos. ¡Sí, los evito cuando camino así, con mis sueños!... porque siento, entonces, que levo en mi alma el reflejo de las estériles riquezas de un gran número de reyes olvidados.
(Villiers de L'Isle Adam)
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