Primer engaño fue ese, la familia. Segundo su belleza. Nadie dejó de considerarla espléndida.
(...)
La demanda que batía en sus sangres le resultaba entonces de mal gusto. Ajena. Lloraba a solas. Se creía una reina destronada.
Tal vez sólo era débil. Como tantos.
(Sara Gallardo, El país del humo) p107
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