John Berger (“Ways of seeing”), que
reflexionó mucho acerca del voyeurismo como sistema social de
comunicación, concluye diciendo que nada es más tristemente moderno
que un zoológico. El visitante se presenta y mira los animales pero
no ocurre casi nada entre ambos. El visitante obseva pero los
animales ya no se comunican, ¡puesto que ya han visto demasiado!
Hace no mucho tiempo, estos mismos animales decían tanto más porque
representaban nuestro principal vínculo con la naturaeza: además de
ser nuestro alimento, nuestra ropa y nuestros medios de transporte,
incluso servían a menudo como nuestros mejores útiles para expresar
toda suerte de ideas. Ahora bien, los zoológicos aparecieron en el
momento preciso en que los animales se volvían cada vez menos
interesantes para la sociedad humana, justamente cuando, más allá
de las relaciones sociales, la revolcuión industrial modificó
nuesro vínculo con los animales, transformados en productos
manufacturados y en mercaderías cada vez más eficaces,
estandarizadas y provechosas. Ya no queda más que el aiestramiento
de animales industrializados, las caricias y onversaciones amorosas
con animales tan artificiales como domésticos, y luego las pequeñas
aves, alimentadas en el balcón durante inviernos demasiado duros. En
cuanto a los demás animales todavía naturales, la sociedad
industrial, de nuevo autosuficiente, guarda un buen recuerdo de
ellos. Hasta se llega a amarlos, se os protege de la exterminaión y
los empleados de Disney se permiten incluso fabricarlos. El animal
moderno es un espectáculo (la carne comestile sale de embalajes de
plástio y y ano tiene para nada el aspecto de un origen animal). Los
animales, reducidos al papel de objeto de nuestra mirada y de nuestro
saber, ofrecen el ejemplo de la ruptura y dan al ciudadano moderno la
ilusión de dominar el mundo. Y esa mirada fascinada -a veces
lánguida- expresa bien nuestro poder: cuanto más podemos penetrar
en lo privado de esos animales, más tenemos el poder de
distanciarnos de él. Susan Kappeler (“Te pornography of
representation”) reescribe palabra por palabra el texto de John
Berger, y reemplaza todo el tiempo “animal” por “mujer”. Las
chicas que se desnudan en los peep shows,
las que bailan sobre las mesas, incluso las ricas vedettes
del cine pornográfico son comparables a los animales de un
zoológico. Miradas, observadas, escrutadas, ellas en contrapartida
no miran nada ni a nadie, pues vienen clientes todos los días y
ellas ya han visto demasiados. Entre ellas y el mirón no hay ninguna
comunicación.
(…)
la pornografía se vuelve posible en la medida en que las mujeres,
como los animales de zoológico, se han vuelto mucho menos
significantes.
Mirar
los tigres del zoológico ya no es muy arriesgado y las fotos no
transmiten el SIDA: El poder de la miada es también el de crear una
distancia protectora, una perspectiva que protege del compromiso
inmediato, y la nueva mirada que nuestra sociedad ubca en los
animales, también vale para las relaciones humanas. Las personas
miradas ya no son aquellas con las que sigue siendo posible mantener
una relación, por lo demás normal y tradicional; las vedettes
de la pornografía ya no son al mismo tiempo nuestras sobrinas, un
cuñado, el vidriero, o la cirujana. Esas vedettes
no tienen por otra parte ningún sentido. Pero si los dos últimos
siglos hicieron emerger un ciudadano nuevo, cada vez más aislado -y
al mismo tiempo más libre y poderoso- y si este distanciamiento era
sin duda necesario en el nacimiento de la pornografía moderna, su
evolución, sin embargo, no anuncia nada bueno para el cine
pornográfico. La libertad y el poder del espectador se medirán
todavía mañana según su capacidad por conocer todo y enseguida,
pero el más fácil espectáculo fantasmático de Marylin Chambers,
de Nina Hartley, de John Holmes o de Samantha Fox deberá dejar lugar
al placer más creíble, el que consiste en invadir la intimidad de
personas más ordinarias o más próximas. Pero a su vez, este tipo
de espectáculo más verídico tal vez no sea demasiado prometedor,
porque la última contradicción de la pornografía (y del zoológico)
es la de sólo poder presentar personas ordinarias y creíbles cuando
pertenecen a un universo social que, por su parte, ya no es más que
un recuerdo un poco artificial y sin demasiada importancia.
(Bernard Arcan, Antropología de la pornografía. El jaguar y el oso hormiguero) pp189-191
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