Verbo encarnado

-«Yo no creo que fuera la serpiente / la que haya inducido a Eva a morder de la manzana en el bosque / (y a convidarle una mascadita al príncipe) / A mí no me vienen con cuentos / Yo creo / firmemente / que fue la misma vieja bruja / que envenenó a Blancanieves en el Paraíso.»
A la mirada de interrogación de su amigo, Brando Taberna le dijo que mientras tú te creías Jesús de Nazaret y les predicabas a los borrachos del calabozo, él se había quedado pegado con el tema de la manzana y le había brotado este poemita que todavía no tenía claro qué crestas significaba.
-Eso es lo de menos, fariseíto -dijo Cristo Pérez-. Por ahí una vez le preguntaron a un poeta qué quería decir tal verso suyo, y el tipo contestó que al momento de escribirlo solo Dios y él sabían su significado, pero que ahora sólo Dios lo sabía.
Y tras un breve silencio, usando el palo de fósforo ahora como mondadientes, prosiguió diciendo, en tono dubitativo, que aunque al principio esa respuesta le pareció una ingeniosa manera de esconder un fracaso poético, ahora ya no estaba muy seguro de ello. Y es que a veces le daba por pensar que Dios mismo, cuando creó al hombre, tenía clarísima la idea de fondo, pero que al correr del tiempo se le olvidó por completo. «Y ahora resulta, fariseíto, que no somos sino un voladísimo verso escrito por el Supremo Hacedor, un caótico verso libre que ya ni siquiera Él sabe qué mierda quiere decir.»

(Hernán Rivera Letelier, Canción para caminar sobre las aguas, pp 97-98)

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